Hay muchas cosas que dificultan el debate sobre movilidad en Quito.
Primero, no hay espacio para debatir ni intentar corregir la cultura vial, porque su origen resta en el comportamiento de nosotros los choferes y no necesariamente en el gobierno.
No importan las leyes, si decidimos manejar mal y crear peligros tanto para ciclistas y peatones como para otros choferes, necesitaríamos millones de policías a un costo enorme para cambiarlo por la esfuerza . Aunque nos gusta fijar en la administración y culparle para todos los malos urbanos, nosotros, por crear un ambiente de «uno contra todos», tenemos que aceptar responsabilidad por el caos vehicular. El alcalde no insiste en que bloques el cruce. El alcalde no te hace rehusar dar paso. El alcalde no te obliga a parquear en la vía. El alcalde no te hace cometer huevadas.
Segundo, mucha gente tiene la tendencia de pensar en términos singulares sobre soluciones a la congestión. O es el carro, o es el metro, o es el bus, pero solo puede concebir de que hay una única solución. Esta idea es errónea, porque la creación de una ciudad de transporte eficiente depende la existencia de varios sistemas sobrepuestos y integrados. Es, al fin, la creación de opciones, el auto siendo una de aquellas opciones.
Tercero, la otra parte del problema es nuestra falta de capacidad de ver las cosas fueran de las burbujas en que vivimos.
Si yo solamente me movilizo por auto particular, por ejemplo, quiero que ese modo siga siendo priorizado. Si no pienso que el ciclismo es para mí, rechazo cualquier intento de crear infraestructura para ciclistas.
Esta incapacidad de separar el árbol del bosque, hace que no pensamos en el sistema entero de movilidad. Si no podemos concebir en funcionamiento de un ecosistema vial completo, nunca vamos a poder hacer cambios al nivel macro.
Contra esta última barrera me encuentro lanzado todos los días. «Quito tiene cuestas!», dicen, tal como dijo el candidato del PRIAN, y con ese dicho esperan poner fin a cualquier debate sobre la viabilidad del ciclismo. Otra vez, la falta de imaginación limita nuestra capacidad de cambiar.
Me hace reír este argumento porque viví tres años en San Francisco, EEUU, la sexta ciudad más amigable al ciclismo en los Estados Unidos y una de las ciudades con más alta concentración de ciclistas a pesar de su geografía montañosa.

Nob Hill en San Francisco, USA. Photo Courtesy of http://commons.wikimedia.org/wiki/File:San_Francisco_Nob_Hill_4.jpg
¿Si hacen en San Francisco, por qué no podemos nosotros?
Como me explicó el entusiasta de ciclismo en Quito Rodrigo Sanchez, en Quito sientes las cuestas si viajes del este al oeste, pero si vas de norte al sur es extremadamente plano. Debido a que la mayoría de los viajes en cualquier modo de transporte en Quito se hace de norte al sur o de sur al norte, las cuestas no son los obstáculos que parecen.
El argumento de las cuestas tampoco toma en cuenta la visión de un sistema integrado.
En San Francisco, por ejemplo, hay tranvías, un metro, un sistema de bus de tránsito rápido, ciclo-vías, veredas amplias y, desde luego, vías para carros particulares. Los buses vienen con armazones de bicicletas, y los metros tienen cabinas específicas para ciclistas.
Siendo así, el ciclista puede bajar y subir del sistema de transporte público y usar su bicicleta para traspasar las rutas que desee.
A la vez, San Francisco no tiene ciclo-vías en todas las calles, sino tiene una red que permite que el ciclista puede acceder a toda la ciudad.
Para ponerle en un ejemplo local, la cuesta que más me toca a mí caminar es para subir de la 6 de Diciembre a la González Suarez. Subir por la Whymper, la Colón, o la Orellana son desafiantes.
No obstante, subir por la calle San Ignacio es mucho más fácil. Por crear una ciclo-vía en esa calle, se puede dirigir el tráfico de ciclistas hacia calles que más les convienen y que también más le conviene al sistema entero. No hace falta un sistema 100% ubicuo; hace falta un sistema inteligente, combinado con choferes respetuosos en las vías donde no hay ciclo-vías pero aún circulan ciclistas.
De esta manera una ciudad con muchas cuestas como San Francisco, con un clima mucho más desagradable que Quito, logra crear una red vial de transporte dinámica, eficiente, y sostenible.
Repito, entonces, que el desafío en transformar Quito en una ciudad de buena movilidad de alta calidad de vida no es cambiar de administración, sino cambiar de forma de pensar.
Sin dar se cuenta, las personas que más se frustran con el estatus-quo son los que más lo defienden, porque insisten que la única solución es crear más vías, cuando esa forma de pensar es justamente lo que nos hizo llegar a donde estamos. La locura, como dijo Alberto Einstein, es seguir haciendo lo mismo y esperar un resultado diferente.
Podemos ser más, pero primero tenemos que poder imaginar ser más. Seamos más.